Lorenzo Despradel, “espíritu inquieto, liberal, enamorado ferviente de la libertad y la justicia”, no fue sólo el amigo íntimo y secretario de campaña del Generalísimo Máximo Gómez en las guerras por la independencia de Cuba. Combatió con las armas y con la pluma, además, las dictaduras de Ulises Heureaux, de Gerardo Machado y la ocupación yanqui al país en 1916. Se destacó como vigoroso y fértil periodista y excepcional literato cuya obra quedó dispersa, alguna inédita, entre Santo Domingo y La Habana. También ejerció el magisterio en una breve estancia en Guayubín.
Su nombre no se encuentra únicamente en el rótulo identificando la calle que merecidamente hace homenaje a su memoria en Los Prados, sino en los miles de artículos, editoriales, reportajes y noticias acreditados con su firma en los numerosos periódicos y revistas que dirigió, de los que fue redactor, corresponsal o simple colaborador en los insuficientes cincuenta y seis años de existencia vividos con la intensidad de su temperamento emprendedor, activo.
Estudio y trabajo caracterizaron sus días a los pocos años de llegar al mundo en La Vega, el seis de septiembre de 1872, hijo de Anacleto Despradel (Estín) y Desideria Suárez. Julián Lorenzo, mejor conocido por Muley, recibió sus primeras enseñanzas en Dajabón, donde se trasladó a vivir la familia debido a los quebrantos de salud del padre. El maestro cubano Eugenio Aguilera lo entregó a los nueve años a doña Desideria (Yeya), con estas palabras: “Todo cuanto sé lo he enseñado al niño”, recordaba Guido Despradel Batista en 1972, en la revista Renovación.
Con el progenitor aun más enfermo, Muley volvió al pueblo natal, recibiendo avanzada instrucción escolar del venezolano Señor Pardo, para luego ingresar a la escuela que dirigía el puertorriqueño González, donde fue su maestro Miguel Casimiro de Moya (Don Bimbo).
Entonces puso de manifiesto su amor por el periodismo, preparando periódicos manuscritos que ponía a circular entre los vecinos. Al mismo tiempo trabajaba en la imprenta de don Pedro Bobea y en la casa comercial que dirigían Horacio Vásquez y Rosendo Grullón”, añade Guido. Su pasión por la justicia “chocó con los anacronismos y concupiscencia reinantes en aquella época”, refiere el pariente, por lo que ganó la ojeriza del Gobernador. Los padres decidieron enviarlo a Guayubín, al lado de su hermano Fidelio. Fue maestro de escuela, secretario del Comandante de Armas y de la Alcaldía..
En Cuba
“Cuando se sentía ya asfixiado en aquel ambiente estrecho alcanzó a oír la voz de Martí que predicaba por la vehemencia de la libertad de un pueblo hermano”, narra Despradel Batista. Muley decidió acompañar en su lucha a la hermana Antilla y después de burlar el recio espionaje de Haití, simulando ser negociante de tabaco, logró embarcarse y pisó tierra cubana por las costas de Santiago de Cuba.
Comenzó la batalla como simple soldado bajo el mando directo del Generalísimo. Luego fue subteniente, capitán, su secretario particular y al concluir la contienda emancipadora lucía el grado de Comandante del Ejército Libertador. Sirvió entonces a Cuba en cargos públicos y a través de la prensa. Se incorporó allí al Partido Liberal y dirigió el diario La Opinión.
Desde Cuba preparó una expedición contra Ulises Heureaux, en compañía de los militares cubanos coronel Piedra y Bergés, que fue detenida en el puerto Gíbara, según Despradel Batista. A la caída de Lilís vino a la República y cooperó con el Presidente Juan Isidro Jiménez. Volvió a Cuba y al subir Machado retornó a Santo Domingo para dedicarse de lleno al periodismo. Aquí enfrentó a los yanquis publicando artículos de protesta con el pseudónimo de Hatuey. Colaboró con El Liberal y El Día, fue redactor principal de La Cuna de América, director de Renacimiento, redactor de Las Noticias. En El Siglo, con sus Puños y Regatones escritos con el pseudónimo de Crispín, realizó la labor periodística de carácter humorístico más original.
Lorenzo Despradel, Muley, dejó publicados los folletos La falsedad de nuestro origen latino, en La Habana, y Páginas, en la República Dominicana. Quedaron inéditos los libros La garra del águila y Los dominicanos en la guerra de Cuba.
Recuerdos Familiares
María Estela Despradel Hernández es depositaria de la genealogía, documentos y antiguas pertenencias de los Despradel que recuerda con lucidez el meritorio historial de sus antepasados. No conoció a Muley, su tío-abuelo, hermano del abuelo Fidelio Arturo, pero conserva las narraciones que en torno a su ilustre pariente le hacía el papá, don Roberto Luis Despradel Pennell.
“Muley era oscuro, de facciones muy finas, nariz perfilada. Casó con tía Carmen, hija de una negra liberta de La Habana, Clementina, y la trajo a vivir aquí con él”, narra María Estela. El matrimonio no procreó hijos. “Pero Muley tenía un perrito, Halley, como el cometa, que papá decía: ese es el hijo de Muley”, comenta la locuaz dama en su español perfecto que a veces deja entrever el acento de los variados idiomas y giros gramaticales de otras lenguas, pues la señora vivió fuera de la Patria desde los tres años hasta 1963 debido a los variados cargos diplomáticos que desempeñó don Roberto Luis quien junto a Rafael Estrella Ureña y Rafael Vidal llevó a Trujillo al poder, en 1930. Ocupó varios cargos hasta 1949, cuando renunció siendo embajador ante la Santa Sede, narra.
María Estela guarda con increíbles cuidados y celo la foto que Muley dejó a su padre junto a los cuatro cabos de vela que iluminaron el ataúd de Máximo Gómez, así como fotos, reseñas, cartas, manuscritos de su padre colocados primorosamente en variedad de álbumes. Hasta hace poco tuvo en su poder las memorias inéditas que el Libertador de Cuba dictó a Muley, anotadas por su padre con las acotaciones del hermano.
“Muley era un buen periodista, intelectual, un gran corresponsal, escribía en La Prensa, de Buenos Aires. Me platicaba mi hermano mayor que cuando iba con mamá, Isabel Hernández Lapuente de Despradel, a visitarlo de noche, admiraba su cerebro pues estaba platicando con mamá, con tía Carmen y con doña Clementina, escribiendo el artículo y jugando solitaria. Era un cerebro privilegiado, culto”, expresa.
Agrega que recibía cantidad de amigos intelectuales en su casa de La cuesta del vidrio, pero su más cercano era Marcos del Rosario, a quien crió un hijo, Marquitos. “Era ocurrente, buen conversador, decente, honesto, buen amigo. Mi padre me comentaba que enfermó y lo operó el doctor Ramón de Lara y algo ocurrió con la anestesia, que le falló el corazón”.
Murió el veintiocho de julio de 1928. Sus restos, expresa doña María Estela, descansan en el antiguo cementerio de la avenida Independencia identificados por una placa que expresa: “Coronel de la guerra de Independencia de Cuba”.
Fuentes: Angela Peña