Jovino Espínola

Aparte de algunos veganos de edad, muy pocos dominicanos saben hoy quién fue Jovino Espínola. Los que lo conocimos recordamos de él su apasionado entusiasmo por la historia de su pueblo y su rica memoria llena de recuerdos y anécdotas de La Vega.

Jovino A. Espínola Reyes se ganaba la vida como dentista, pero su verdadera vocación era ser historiador. Nació en 1892 y murió en 1979. Se graduó de odontólogo, junto a su hermano Max, en febrero de 1918, pero desde temprano se dedicó a recoger las memorias de su pueblo natal y, andando el tiempo, comenzó a publicar esos recuerdos en periódicos locales y en algunos diarios nacionales.

Uno de sus hermanos, Pío Espínola, fue escultor. Otro fue el músico Juan Bautista Espínola, muy famoso en su tiempo, quien compuso de más de cien danzas, danzones, valses y merengues, y aunque murió muy joven alcanzó a grabar varias de sus canciones en discos de la RCA Victor en los años 1920s. De la mayoría de esas canciones se conservan sus partituras que esperan ser publicadas y grabadas, aunque ya existe una muestra de su producción en un disco compacto (CD) grabado hace pocos años por una orquesta local dirigida por el progresista Dr. Reynaldo Pérez Stefan.

La obra de Jovino Espínola estuvo dispersa durante más de cuarenta años pues nunca fue recogida por su autor ni por ningún editor. Hace cinco años los jóvenes intelectuales Alejandro Arvelo y Pedro Antonio Valdez decidieron agruparla y publicarla con el patrocinio de la Secretaría de Estado de Cultura que dirige hoy el conocido escritor José Rafael Lantigua.

Arvelo y Valdez entregaron los artículos de Espínola al conocido editor cubano José M. Fernández Pequeño, y en el año 2005 sorprendieron al país con un primer volumen titulado «La Vega Histórica», de 274 páginas y 56 capítulos llenos de novedades y curiosidades que muy pocos veganos recuerdan hoy.

Hace apenas tres meses, durante la Feria Provincial de Libro celebrada en La Vega, los mismos editores, bajo los mismos auspicios institucionales (Ferilibro y Secretaría de Estado de Cultura) pusieron a circular un segundo volumen, más grueso que el primero, con 417 páginas y 95 capítulos, con muchas más historias locales.

A diferencia de la mayoría de las historias de pueblos publicadas en la República Dominicana, que se caracterizan por ser meros ficheros de anécdotas incidentales, simples cronologías, o pobres micro-retratos de personajes, esta obra de Jovino Espínola, cuando se lee en su conjunto, resulta en una verdadera historia social local.

Jovino Espínola probablemente nunca supo que estaba escribiendo una historia social de su pueblo pues su mayor interés estaba centrado en recoger las singularidades del acontecer cotidiano de su ciudad natal.

Muchas de esas singularidades se refieren a la introducción en La Vega de lo que hoy llamaríamos «objetos de civilización» producidos por sociedades industrializadas en el norte del planeta que terminaron difundiéndose por todo el mundo y que al llegar a las sociedades tradicionales o preindustriales produjeron asombro y admiración, y terminaron impactándolas arrastrándolas hacia la modernización y, eventualmente, la globalización.

Espínola sabía que esos objetos habían contribuido a modernizar su pueblo o terminarían modernizándolo. Él los percibía como signos del progreso y por eso en su obra una perspectiva que se repite continuamente es la llegada de los primeros objetos, las «primeras fechas», o los inicios de ciertos procesos tecnológicos, económicos o sociales que quedarían implantados para siempre.

Veamos algunos, como ejemplo: la primera bicicleta que llegó a La Vega; los primeros automóviles; los primeros revólveres; la primera máquina de coser; la introducción de la pluma de fuente o estilográfica; los primeros pianos que llegaron al pueblo; la primera factoría arrocera; el primer refrigerador; la introducción del acordeón; la llegada de la caja registradora y la máquina de calcular; los primeros capotes o impermeables; la instalación de los primeros televisores; la primera fábrica de mosaicos; la fábrica de salchichón; el hipódromo; el primer cinematógrafo y la llegada, años después, del cinemascope; la primera instalación sanitaria. Todo esto solamente en el primer volumen, aparte de muchos otros artículos.

En el segundo volumen, los artículos de Espínola siguen registrando la introducción de esos objetos de civilización o de progreso, así como el inicio de algunos procesos de modernización.

Aquí encontramos la descripción de la experiencia social y colectiva cuando llegó el primer fonógrafo; cuando llegó el ferrocarril por primera vez; cuando llegó el primer aeroplano; cuando llegaron los primeros tipos de alumbrado de las calles; cuando llegó la máquina de escribir; cuando fueron introducidos los primeros fósforos; cuando se instalaron las primeras fábricas de hielo y los primeros aserraderos; cuando se levantaron los primeros molinos de viento; cuando se empezaron a utilizar las gafas o espejuelos; cuando se organizó la primera banda de música y llegaron los primeros instrumentos musicales modernos; cuando rodó la primera carreta; cuando se jugó béisbol por primera vez; cuando el pueblo quedó conectado con el telégrafo y el cable; cuando llegó el primer equipo de aire acondicionado; cuando se instaló la primera imprenta; cuando se exhibió la primera caja de música; y cuando se fabricó la primera bandera nacional que ondeó en el Cibao.

Cada uno de estos hechos está descrito dentro de su propio contexto social, y en este respecto el libro de Espínola se aleja muchísimo de todas las historias locales anteriores pues, si se ve en detalle lo que este autor busca es mostrar con sus descripciones el impacto que tuvieron esos objetos de civilización en la transformación de la sociedad local.

Por ello, Jovino Espínola no descuidó describir costumbres sociales ni dejó de registrar hechos institucionales o fenómenos económicos que, vistos hoy en su conjunto, sirven para tener una idea funcional de la dinámica sociocultural de La Vega de entonces.

Poco a poco, a medida que el lector va recorriendo cada uno de estos capítulos, la imagen que va formándose es la de una aldea agrícola y ganadera que fue haciéndose cada vez más pueblerina a medida que mejoraban sus calles y se ampliaba su comercio, y a medida que la agricultura y el comercio permitían financiar la construcción de nuevos edificios y nuevas viviendas de mejor calidad, hasta llegar a convertirse en una pequeña ciudad bastante completa en sus servicios educativos, sanitarios, comerciales e institucionales.

Una pequeña ciudad con una elite bien educada abierta hacia el exterior, ávida de convertir a su pueblo en un modelo de progreso y desarrollo; una elite organizada (no hay sorpresa, por tanto) en una «Sociedad La Progresista», y en varias instituciones sin fines lucrativos empeñadas en promover la cultura, los deportes, la educación, la salud, las comunicaciones, la agricultura y el comercio.

Espínola le dedica artículos especiales a las bibliotecas de La Vega, las instituciones de servicio, como los hospitales y clínicas, los bomberos, las escuelas públicas y privadas, los hoteles, las orquestas, los bazares de juguetes, el coliseo y los estadios deportivos, las panaderías, las bellas artes, los bares y restaurantes, la cervecería, las iglesias, los circos, los gitanos y los titiriteros.

También aprovecha Espínola para describir procesos sociales importantes como la formación de los barrios pobres y, más tarde, de los primeros «barrios marginados».

Y lo mismo hace para describir costumbres ancestrales como las peregrinaciones al Santo Cerro, los ritos de Semana Santa, la celebración de las navidades y el Año Nuevo, las flores de Mayo dedicadas a la Virgen, el rezo del Rosario, las fiestas a la Virgen de la Antigua, las canciones antiguas, la celebración del carnaval, la organización de comparsas, y los juegos de los días de San Andrés y del Día de los Inocentes.

Falta espacio para hablar en detalle de esta obra excepcional. Vale la pena leerla aunque usted no sea vegano. Le aseguro que aprenderá mucho y podrá saborear un estilo distinto de hacer historia social.

Jovino Espínola probablemente nunca supo que estaba escribiendo una historia social de su pueblo pues su mayor interés estaba  centrado en recoger las singularidades del acontecer cotidiano de su ciudad natal. El libro de Espínola se aleja muchísimo de todas las historias locales anteriores pues, si se ve en detalle lo que este autor busca es mostrar con sus descripciones el impacto que tuvieron esos objetos de civilización en la transformación de la sociedad.

Fuentes :https://www.diariolibre.com/opinion/lecturas/la-vega-histrica-BJDL230155